La gira de la presidenta Cristina Fernández a Medio Oriente, de acuerdo a las expectativas manifestadas desde la Cancillería argentina, promete convertirse en una oportunidad para profundizar relaciones y abrir nuevos mercados. Se ha puesto el énfasis en las relaciones económicas, y no es para menos, desde el momento que acompaña a la presidenta un nutrido grupo que representa a las principales empresas del país. Por supuesto, el establecimiento de relaciones comerciales lleva consigo la necesidad casi obligada de conocer a la otra parte, regla básica y de sentido común que contribuye a construir un intercambio seguro y confiable.
En ese sentido, cabe centrar la atención en Turquía, cuyo Primer Ministro canceló su visita a la Argentina ofuscado ante la negativa de hacer ofrendas a su líder Mustafá Kemal, símbolo de la política de negación del genocidio de los armenios. La actitud del Primer Ministro Erdogan es un botón de muestra de los modos como Turquía subordina las relaciones comerciales a su turbulenta política exterior.
La política de negación del Genocidio de los armenios de 1915-1923 que lleva a cabo el Estado turco, denota fallas profundas en el esfuerzo de democratización que el Partido de Justicia y Desarrollo (AKP en sus siglas en turco), en el poder desde 2002, pretende realizar en el sistema político de Turquía creado por Mustafa Kemal (Ataturk).
Desde Kemal, la negación del genocidio de los armenios es una política que todos los gobiernos sin excepción llevaron adelante. Un mandato genético, si consideramos que la reorganización de la sociedad turca se hizo a partir de una política de homogeneización de la población, una de cuyas consecuencias fue el genocidio de los armenios, considerados una etnia inasimilable para los líderes xenófobos del Imperio Otomano, razón por la cual debían ser exterminados.
En esa política de homogeneización de la población, el exterminio de los armenios no ha sido lo único; también fueron aniquilados los griegos del Ponto y gran parte de los asirios. Los kurdos, la minoría más grande de Turquía, que constituye el 20% de la población, han sido sistemáticamente ignorados en sus derechos. Perseguidos, estigmatizados, masacrados, y su identidad negada al punto de denominarlos “ turcos de la montaña”.
La tergiversación histórica promovida desde el aparato estatal ha conducido a idear la tesis de una “historia oficial” que sitúa a los turcos como un pueblo originario de Anatolia, descendiente de los hititas, cuando se sabe que los turcos selyúcidas provenientes de Asia Central invadieron Asia Menor a sangre y fuego a finales del siglo X.
En la necesidad de sostener esa política de negación, el Estado creó instituciones y leyes para restringir toda posibilidad de revelar la verdad, en especial el artículo 301 del código penal que criminaliza toda expresión considerada una “ofensa” a la identidad turca. Así se limitó la libertad de expresión, de prensa, de religión y surgieron los aparatos judiciales y policiales represivos para imponer ese “orden”. Cuando esas herramientas no alcanzaron para detener a la verdad, siempre acompañaron los métodos ilegales; asesinatos de periodistas, de religiosos y de ciudadanos, persecuciones y proscripciones, amenazas y torturas, todas al servicio de sostener la “historia oficial”.
Y como los límites de la República no fueron suficientes para contener la mentira, hubo que exportar la política de negación, buscar aliados y cómplices que por intereses políticos o económicos hicieran la vista gorda.
La sociedad argentina ha padecido en carne propia las prácticas genocidas, la planificación estatal de asesinatos, torturas, apropiación de menores, sustitución de identidades y los intentos de negar y ocultar la verdad. Con avances y retrocesos, una sociedad encabezada por el coraje y la persistente labor de las organizaciones de derechos humanos ha encausado la lucha contra la impunidad. También, gobiernos que asumieron el desafío y desde el Estado Nacional dieron respuesta a tanta injusticia, primero pidiendo perdón y asumiendo la responsabilidad por los daños causados y luego reparando. Sin dudas el camino argentino, es propio, una construcción genuina que puede ser un ejemplo aún para aquellos que se consideran, no sé por qué, civilizaciones y culturas de avanzada.
En esta sociedad argentina, que durante el gobierno del presidente Néstor Kirchner reconoció el Genocidio de los armenios a través de la ley 26.199, hecho histórico altamente valorado por la comunidad y los armenios de todo el mundo, hubo un intento de reinstalar la negación. El intento de inaugurar un busto en homenaje a Mustafá Kemal en un espacio público de Buenos Aires con motivo de la llegada de la visita oficial al país del Primer Ministro turco Erdogán en mayo del año pasado, era nada más ni nada menos que eso.
Los armenios y sus descendientes, ven en Kemal al continuador del Genocidio iniciado por los Jóvenes Turcos, de cuyo gobierno formó parte a la hora de decidir el involucramiento del Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial y la planificación del exterminio de los armenios, y, sobre todo, al inaugurador de la política de negación que comenzó con la anulación de los juicios a los responsables del crimen de lesa humanidad.
No fue la comunidad armenia, como lo reflejaron algunos medios, la responsable de frustrar la visita de Erdogan; fueron ciudadanos argentinos, algunos funcionarios, otros legisladores, otros periodistas, muchos que no son descendientes de armenios, que conocen la historia y algo hemos aprendido “del camino argentino”. Era por la memoria, la verdad y la justicia, nada menos que por eso.
Turquía es un país que cada vez más quiere ser protagonista en el escenario mundial. Tiene el potencial humano y económico, está en un lugar geoestratégico que le da licencias para hacer y decir aquello que en otros sería condenable, como es ser aliado del Presidente sudanés Al Bashir, venderle armas y defenderlo a pesar de que la Corte Penal Internacional lo procesó por crímenes de guerra y de lesa humanidad; mantener ocupado el norte de Chipre desde 1974; o mantener bloqueadas las fronteras con Armenia por 17 años.
El potencial económico le ha permitido a Turquía formular y aplicar exitosamente una política global; al mismo tiempo, sin embargo, todo ese potencial contrasta con una enorme deuda interna, un agujero negro en materia de Derechos Humanos, una sociedad que se debe a sí misma afrontar la verdad de su historia.
En esta materia, Turquía tiene algo que aprender del “camino argentino”. La visita de la Presidenta Cristina Fernandez de Kirchner no debe ser solo una oportunidad de intercambio comercial, quizás también sea la oportunidad de exportar algunos valores que están haciendo grande y diferente a nuestro país.
Jorge Dolmadjian
Director del Consejo Nacional Armenio de Sudamérica
Fuente www.diarioarmenia.org.ar
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