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jueves, 14 de enero de 2010

DIARIO DE CAMPAÑA: ALGUN 24 DE ABRIL, EN EREVAN Y EN EL MUNDO ENTERO

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Por Gonzalo Perera *

La TV mostraba la entrevista de una cadena internacional a una de las estrellas del Barcelona F.C., la gran potencia del mundo del fútbol y equipo de los amores de mi familia materna, que de Catalunya acertaron a venir a este pequeño y acogedor país. Por un rato mi mirada se distrajo hacia el panel de fondo en la sala de prensa del "Barsa": una posición privilegiada, de las más visibles, la ocupaba el logo de "Turkish Airlines", la aerolínea turca.
Nada sorprendente, Turquía es una verdadera potencia mundial, a nivel económico, político y militar. En sus aproximadamente 780 mil kilómetros cuadrados, viven 76 millones de personas que generaron un PBI nominal ­en 2009­ de 2.2 billones de dólares, ocupando en este aspecto el lugar 12 en el ranking mundial de naciones. Sus vínculos internacionales no podrían ser más fuertes: afiliada al Consejo de Europa en 1949, a la OTAN en 1952, a la OCDE en 1961, a la OSCE en 1973, ingresa al privilegiado G20 en 1999. Desde 2005 negocia su ingreso pleno a la Unión Europea, de la que es miembro asociado aún antes de que la UE adquiriera su actual nombre (1963), y con quien suscribió el acuerdo aduanero de 1995. Sus Fuerzas Armadas cuentan con aproximadamente un millón de efectivos excelentemente entrenados y equipados.
Ese poderío abrumador es fruto de muchos factores. Sin duda el pretérito esplendor del Imperio Otomano, que llegara a tener en su momento más de 5 millones de kilómetros cuadrados de extensión. También sin duda alguna, uno de los factores es "made in EEUU". El 12 de agosto de 1947, en plena guerra civil griega, el presidente Harry S. Truman expone ante el congreso lo que posteriormente se llamaría "Doctrina Truman". Doctrina que no es más que un eslabón más de la cadena imperial que tiene exponentes superlativos en Theodore Roosevelt, Ronald Reagan o George W. Bush. Truman proclama la obligación de EEUU de apoyar a Grecia y Turquía en su combate al comunismo. Resultado: 400 millones dólares fueron a parar a Grecia y Turquía, para sostenerlos financiera y militarmente. 400 millones del año 47, no de este escuálido dólar actual: una suma colosal, que fue seguida de otras, que muestran la importancia estratégica y geopolítica que EEUU ha concedido a Turquía.
Por múltiples factores entonces, no cabe duda que Turquía es una verdadera potencia económica, política y militar. De las mayores del mundo. Pero no es una potencia, ni tan siquiera es un país sano, en el plano ético y de respeto a los derechos humanos. Más aún, la historia turca está gravemente enferma, minando su salud moral de manera irreversible. Porque la inmensa potencia turca está bañada en la sangre de un pueblo inocente y mucho más pequeño. Me refiero al genocidio del pueblo armenio, al exterminio sistemático y premeditado de aproximadamente dos millones de armenios, desarrollado en distintas etapas, desde 1894 a 1917, pero teniendo su período más terrible entre 1915 (cuando el gobierno de los turcos primero deportó y luego ejecutó a la intelectualidad armenia) y 1917. Al día de hoy, Turquía sigue negando el genocidio. Disminuye las cifras, atribuye las muertes a causas absolutamente inverosímiles. Y la manifiesta intencionalidad de haber seleccionado como víctimas privilegiadas a los intelectuales para privar al pueblo armenio de sus referentes y líderes es obviada sistemáticamente por Turquía.
Por supuesto, EEUU tampoco ha reconocido el genocidio armenio. Y cada vez que se ha presentado al Congreso americano alguna moción en tal sentido, el poderoso lobby turco hace valer sus intensos y extensos lazos con el poder imperial y consigue sistemáticamente impedir que EEUU, "por hacer un revisionismo de la historia, traicione a uno de sus mejores aliados", como han dicho varios congresistas.
Los uruguayos hemos sentido en carne viva la impunidad, la injusticia, la falta a la verdad, a la más elemental humanidad, debido a los crímenes de lesa humanidad perpetrados hace unos 30 años por la dictadura. Sin pretender jugar a discípulo del gran Konstantin Stanislavski, le pido al lector que use esa emocionalidad, esa sensibilidad del horror, de la ignominia, de la vergüenza, del corazón desgarrado por la brutalidad y la pretensión de ocultamiento, para así aproximarse a entender a nuestros hermanos armenios. Hace unos 100 años, el pueblo armenio fue asesinado de manera sistemática, se intentó borrarlo del mapa, borrar todo trazo de su inteligente y esforzada existencia. Años tras año y generación tras generación, los nietos, bisnietos, los tataranietos de las víctimas sigue clamando por la verdad. Para que Turquía asuma su responsabilidad histórica: los ríos de sangre inocente que manchan indeleblemente su riqueza y poder. Para que asuma las consecuencias de su pasado, que nada podrá enmendarlo, pero hacer frente a una tan gigantesca responsabilidad criminal es indispensable.
Algún lector puede pensar que por qué insisto con estos temas del pasado, más cuando no soy de origen armenio.
En primer lugar, cuando de este tema se trata, me siento armenio. Ser de izquierda es estar en el lugar del atropellado, de la víctima de la opresión y de la injusticia. Nada importa si mis ancestros vinieron de Catalunya o los suyos de Nápoli. Pertenecemos, todos, usted y yo, a la especie humana, que es una sola. Y en mi caso, soy parte de la amplia familia de la izquierda, más precisamente de la rama para la cual el "internacionalismo" no está "demodé", sino que en tiempos globales tiene más vigencia que nunca. Por ende, semejante dolor también es mío.
En segundo lugar, gracias a Germán Tozdjian me enteré que la FIP condenó el asesinato en Turquía del periodista Cihan Hayirsevener, perpetrado el 22 de diciembre. Su "culpa": denunciar recurrentemente casos de corrupción. Pero no es en absoluto un caso aislado: no es fácil ser periodista en Turquía. Y el culto a la negación de la verdad tiene muchísimo que ver, me animaría a decir que es una de las causas estructurales de ello. ¿Cómo podría una cultura impregnada en la negación del horror aceptar de buenas a primeras que alguien diga lo que no se quiere oír? La mera mención al "genocidio armenio" puede costar desde la prisión a la muerte en Turquía. ¿Cómo podría germinar entre tan duras rocas de mala conciencia colectiva, la flor de la libertad de expresión plena y fecunda? Ese pasado nefasto y negado, condena el presente y el futuro.
Por ello todos debemos difundir la información sobre el genocidio armenio. No es un problema de los armenios. Es un deber moral de absolutamente todos.
El 24 de abril se recuerda el martirio masivo. Algún 24 de abril, en Ereván, el cielo brillará especialmente, con la luz de la verdad reconocida universalmente y asumida a plenitud por Turquía y sus aliados. Los descendientes de tantas víctimas, los portadores de tanto dolor, los protagonistas de tan ardua lucha, podrán comenzar a sentir paz en sus almas. Y en todo el mundo, armenios y todos los hombres de buena voluntad, podrán estrecharse en un abrazo que no será festivo, pues es demasiado el horror subyacente, pero sí será de fraternidad y de sentimiento compartido de que tantas generaciones de denuncia y perseverancia no fueron en vano. No sé si Germán y yo lo veremos, o si será una generación cercana o más distante la privilegiada. Pero indefectiblemente será, y será un poco más humano y fraterno este planeta, en Ereván, en Montevideo y en el mundo entero.
* Analista y matemático

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