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sábado, 5 de junio de 2010

Política exterior, otro papelón

La súbita suspensión de la visita del primer ministro turco por falta de coordinación interna daña la imagen del país
Martes 1 de junio de 2010 | Publicado en edición impresa
La Nación

La imagen del primer ministro turco, Tayip Erdogan, ha crecido significativamente en el escenario internacional en los últimos tiempos. Ocurre que, con el presidente del Brasil, Erdogan acaba de suscribir un controvertido convenio con Irán, con el objetivo -frustrado por las serias limitaciones e inconsistencias que el mismo contiene- de reencauzar el peligroso programa nuclear del irascible país del Golfo. Como respuesta, ese convenio recibió -sólo horas después de haber sido suscripto- el rechazo de China, los Estados Unidos y Rusia.

Nuestra Presidenta -después de haber encontrado a Erdogan en Brasil- pretendía traerlo en visita oficial a Buenos Aires. En conjunción con esa visita oficial, estaba previsto reinaugurar un monumento al héroe nacional turco, Mustafá Kemal Atatürk, ubicándolo en el parque Jorge Newbery, en Palermo. Atatürk, recordemos, es el padre del secularismo turco, con el que ciertamente no comulga Erdogan, un político islámico moderado.

De pronto, sorpresivamente, el primer ministro turco anunció que cancelaba su viaje a Buenos Aires. Esto sucedió como resultado de su enojo ante la noticia de que las autoridades de la ciudad no habían autorizado la ceremonia aludida en homenaje a Atatürk. La Cancillería emitió entonces un comunicado pretendiendo responsabilizar a Mauricio Macri por lo sucedido, de manera de salir (ella misma) de la línea de fuego.

Lo sucedido demuestra ciertamente que todo sirve para tratar de agredir a Mauricio Macri. Hasta la política exterior misma. Todo puede, lamentablemente, usarse como un arma política, aun cuando resulta evidente que la responsabilidad de coordinar correctamente la visita de Erdogan, de manera de asegurarse de que todo estaba en orden, recaía en el gobierno nacional, responsable del manejo de la política exterior que naturalmente debía haberse cerciorado de que las autorizaciones locales requeridas estaban otorgadas. Pero no fue así, según aclaró rápidamente el gobierno de la ciudad, que puntualizó que la autorización nunca se había conferido y que el jefe de la ciudad nunca había comprometido su presencia en el acto que insólitamente se estaba organizando desde la Cancillería sin el indispensable concurso de su gobierno.

Pareciera ser que -irresponsablemente- se pretendió generar -para la ciudad- una suerte de torpe hecho consumado que, de haber sucedido, hubiera agraviado a la importante comunidad armenia que reside en ella. Porque es obvio que las heridas del genocidio perpetrado por los turcos contra los armenios entre 1915 y 1923 están aún abiertas. Los turcos, por lo demás, jamás han asumido la responsabilidad por el genocidio, ni aceptado desentrañar debidamente toda la verdad histórica.

La responsabilidad por el nuevo papelón internacional de nuestro país, de alguna manera, alcanza asimismo al embajador turco en nuestro país, quien -debiendo conocer nuestro medio- no previó ni advirtió, como debía, que el gobierno de la ciudad no se iba a dejar llevar por delante fácilmente, ni se iba a prestar a participar en un acto que una de sus comunidades más dinámicas tomaría previsiblemente como un agravio gratuito.

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