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martes, 5 de julio de 2011

La inseguridad perpetua

Estados Unidos y su guerra contra el terrorismo

Juan Gabriel Tokatlian
Para LA NACION
Viernes 01 de julio de 2011 | Publicado en edición impresa

¿Cuándo se sentirá seguro Estados Unidos? ¿Cuándo se sentirán sus ciudadanos menos angustiados? ¿Cuándo logrará su gobierno atender urgencias que hoy afectan seriamente el futuro de esa potencia? ¿Cuándo se podrá anunciar el fin de su cruzada contra el terrorismo? Al parecer, Washington no puede superar su estado de inseguridad perpetua.

Una década después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, no se han producido nuevos ataques terroristas en suelo estadounidense y la Casa Blanca (Bush y Obama por igual) ha logrado reubicar la mayor violencia ligada al terrorismo transnacional donde se considera que está su punto de origen: Medio Oriente y Asia central. En los últimos diez años el número de civiles estadounidenses que han sido víctimas de actos de terror fuera del país es inferior al de las víctimas anuales de tornados y relámpagos en su país.

La reciente ejecución de Osama ben Laden en Paquistán, así como la flamante muerte en Somalia de Fazul Abdullah Mohammed, responsable de los ataques a las embajadas de Estados Unidos en Kenya y Tanzania en 1998, se suman a una larga cadena de acciones orientadas a debilitar a Al Qaeda y a los grupos afines a éste. Visto con un lente pragmático y centrado en su propio interés nacional, ese conjunto de logros podría estimular un debate interno distinto, una recuperación del tacto diplomático por sobre el músculo militar y una reflexión estratégica más sofisticada.

Sin embargo, nada de lo sucedido ha modificado la política de seguridad y defensa de Estados Unidos. El total de gastos del Pentágono entre 2001 y 2011 alcanzó a 6,2 billones de dólares, mientras las guerras en Irak y Afganistán han costado 1,26 billones de dólares. A su vez, lo asignado al Departamento de Seguridad Nacional llegó, en esa misma década, a 635.900 millones de dólares. Si a todo lo anterior se agrega el total destinado al Departamento de Energía para armas nucleares (204.500 millones de dólares), se alcanza a la astronómica cifra de 8,3 billones de dólares en 10 años. Esto equivale aproximadamente a dos veces la suma de los PBI de América latina y el Caribe, y al 57% del PBI de Estados Unidos en 2010. Año tras año, desde el 11 de Septiembre, los gastos militares de Estados Unidos han ido superando la suma de lo gastado por los otros 191 países con asiento en Naciones Unidas.

La tendencia en los presupuestos militares no se alteró con el cambio presidencial. Para el año fiscal 2012, el presidente Barack Obama solicitó 881.000 millones de dólares para el Departamento de Defensa y 47.000 millones de dólares para el Departamento de Estado. Cabe destacar que hace unos pocos días se informó que el Departamento de Estado planea usar 3000 millones de dólares para contratar en Irak a unos 5100 hombres de seguridad privada para cuando haya avanzado la salida parcial de las tropas estadounidenses de ese país.

En cuanto a los frentes de lucha, se produjo una ampliación en los últimos tiempos: a Afganistán e Irak se añadió la intensificación de los ataques con misiles desde aviones no tripulados (los denominados drones ), a cargo de la CIA, en Pakistán, y el despliegue del mismo tipo de dispositivo de combate en Yemen, así como el inicio de una nueva guerra en Libia. En términos de operativos ligados a la guerra contra el terrorismo, han cobrado más importancia las llamadas Fuerzas de Operaciones Especiales (Special Operations Forces, SOF). Desde 2001, las SOF se han duplicado en hombres, triplicado en presupuesto y cuadruplicado en despliegues: están compuestas por 60.000 hombres, han solicitado un presupuesto de 10.500 millones dólares para 2012 y se han desplegado en 75 países. En relación con la proyección de su presencia, Estados Unidos ya cuenta con unas 865 bases en todo el mundo, bases cuyo costo anual de sostenimiento es de 102.000 millones dólares y que representan el 95% de las bases militares que un país posee más allá de sus fronteras.

En la región, Estados Unidos ha decidido reforzar (con 25 millones de dólares de inversión) la base que ya posee en Soto Cano, y ha construido la base de Caratasca, en Honduras. Asimismo, ha ganado preeminencia la Oficina de Programa Tecnológico Contra el Narcoterrorismo (Counter Narco-Terrorism Technology Program Office) del Departamento de Defensa, que gastó 1200 millones de dólares en contratos -principalmente con compañías privadas de seguridad y con escasa transparencia- para actividades antinarcóticos en América latina durante 2005-2009. A su vez, para 2010-2011, el cuerpo de ingenieros del ejército de Estados Unidos (US Army Corps of Engineers) ha duplicado sus actividades a través de la construcción de cuarteles y hangares contra el narcoterrorismo, centros de almacenamiento y seguridad, sitios de operaciones avanzadas e instalaciones para operaciones especiales en América latina (en Belice, Colombia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Honduras, Guatemala, Nicaragua, Panamá y Perú). Además, desde hace meses viene recurriendo a drones para penetrar en territorio de México y obtener información sobre los narcotraficantes y sus redes.

Siempre se podrá esgrimir un argumento plausible para explicar la desmesura militar en la que está inmerso Estados Unidos. Para algunos, y a pesar de la voluntad de cambio del presidente Obama, son muchas las restricciones políticas que lo fuerzan a mostrarse como un hardliner que debe ceder ante la presión de legisladores, gobernadores, banqueros y militares. Para otros, Obama debe operar en un contexto social tan conservador y malhumorado que su abandono de las promesas electorales debe ser comprendido pues lo que se puede avecinar es un auge incontrolable de una derecha recalcitrante. Otros piensan que el debilitamiento económico de Estados Unidos lo llevará, más temprano que tarde, a adoptar políticas menos agresivas y, en consecuencia, hay que esperar a un segundo gobierno de Obama para comprender en toda su dimensión por qué es un mandatario que mereció el Premio Nobel de la Paz. No faltan quienes señalan que el multilateralismo acotado que Obama ha alentado es una demostración de un nuevo tono estadounidense, abierto a la consulta, así sea más formal que sustantivo, más ocasional que constante.

Sin embargo, el meollo del asunto no está en la persona ni en la intención de un individuo, por más de que se trate del presidente de Estados Unidos. El núcleo básico en materia de política exterior y de defensa es un desequilibrio elocuente y peligroso entre militares y civiles, y el avance de civiles militaristas.

Recientemente, dos militares (el capitán Wayne Porter y el coronel Mark Mykleby) escribieron con el seudónimo de "Mr. Y" un texto que intentó tener el mismo gran impacto que en 1947 tuvo el escrito de "Mr. X" (George Kennan) sobre la significación de contener a la Unión Soviética. "Mr. Y" reconoce que hay una desproporcionada militarización de la política internacional de Estados Unidos, y eso es un mérito. Pero su propuesta -que ha pasado bastante desapercibida- es tibia y genérica: no apunta al corazón del problema.

Mientras Estados Unidos prosiga en su estrategia de primacía, el desbalance cívico-militar persistirá y Estados Unidos seguirá sintiéndose inseguro, pues el mundo no se quedará impávido ante los excesos de su poder. © La Nacion

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