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sábado, 24 de abril de 2010

UN MILLÓN DE CRISTIANOS MUERTOS O EL OLVIDADO GENOCIDIO ARMENIO

http://www.vegamediapress.es/noticias/index.php?option=com_content&task=view&id=12687&Itemid=233

José Antonio Fúster.*
Se cumplen 95 años de la fecha de inicio del primer genocidio de la Edad Contemporánea: el exterminio de cerca de un millón de armenios cristianos a manos del nacionalista e islamista Ejército otomano en el transcurso de la Primera Guerra Mundial. No se extrañe si jamás ha oído hablar de esta página negrísima de la Historia. Al fin y al cabo, sólo fue un millón de armenios, un millón de cristianos.



El emperador alemán, Guillermo II, escribió lo siguiente en una nota al margen: “Es vital que provoquemos un incendio voraz en la totalidad del mundo musulmán contra Inglaterra”. Desde principios de noviembre de 1914, los agentes alemanes del Deutschtum (la germanidad, el imperio cultural alemán), trataron de explotar el factor religioso al intentar convencer a los clérigos islamistas para que proclamaran “la guerra santa” entre los 200 millones de fieles a Alá que se establecían en tierras del Imperio Británico. Avivado el islamismo, el segundo paso fue movilizar el sentimiento nacionalista entre los rescoldos del imperio otomano, entonces bajo la dictadura de los Jóvenes Turcos, la única pseudopotencia que podía ponérselo difícil a Inglaterra en Oriente Próximo.

Al frente del Ejército turco estaba el mariscal alemán Colmar Von der Goltz, el hombre que escribió el libro de (entonces) obligado estudio en todas las academias militares europeas: “La nación en armas” y que establece la doctrina del ciudadano-soldado, siempre preparado para la guerra, sano y bien adoctrinado.

Los otomanos (y los alemanes) consideraban a los rusos una amenaza, y aunque ambas potencias combatieron desde el principio de la guerra, aquel no era un frente de grandes batallas. Entre los rusos y los turcos se extendía una frontera inestable con un actor indígena secundario: el pueblo armenio. A ojo de buen cubero, a principios del siglo XX alrededor de dos millones de armenios eran “rusos” y otros dos eran “otomanos”. Cuando estalló la Gran Guerra, los turcos trataron de ganarse a los armenios-rusos para su causa, pero tras una infructuosa negociación secreta durante el Congreso Armenio en Erzerum, los otomanos comprendieron que Rusia se les había adelantado y Moscú había dejado intuir la promesa de una Armenia independiente. Entre la espada y la pared, los armenios eligieron la palabra de Rusia (si hubieran llegado a intuir la Revolución bolchevique…) y se alinearon con las fuerzas de la Triple Alianza.

De inmediato, y aunque el frente era secundario con respecto a las grandes batallas de la Gran Guerra, los otomanos empezaron a encajar empates (Keiprikeru) y derrotas (Salikamych y Ardahan) frente a las tropas zaristas. Aquellos reveses militares, aunque no catastróficos para la marcha de la Guerra, sí eran intolerables para el excitado Imperio Otomano.

En esas primeras batallas, y aunque los historiadores militares no se ponen de acuerdo, se estima que alrededor de la mitad de las fuerzas zaristas eran armenias. Además, miles de armenios-otomanos se habían organizado como cuerpos de guerrilla que atacaban a las unidades otomanas aisladas y, lo que siempre es peor, a su línea de suministro. El general turco al mando de las fuerzas otomanas, el “duro” Enver Pachá, al volver derrotado de Salikamych, se excusó en la ayuda que los rusos recibían de los armenios. Ahí se señaló el principio de lo que luego sería conocido como “el genocidio armenio”: Armenia era culpable.

En la Navidad de 1914, las unidades armenias incorporadas al Ejército otomano fueron desarmadas. Enver Pachá creó los Batallones de Trabajo. Ya no había soldados no musulmanes en el Ejército de los Jóvenes Turcos. El siguiente paso fue mucho más doloroso y sin él no se entendería lo que vendría después.

Todo ocurrió en la villa de Van, una población armenia en territorio otomano. El gobernador turco, Cevdet Bey, exigió una leva de cuatro mil hombres. Los armenios trataron de ganar tiempo y el gobernador les acusó de rebelión. Antes de que hubiera enfrentamiento alguno, el turco avisó de que “si los rebeldes disparaban un solo tiro, mataría a todos los cristianos, hombres, mujeres y niños”. La tensión era inaguantable y así, el 20 de abril de 1915, un enfrentamiento entre una patrulla turca y varios civiles armenios desembocó en un combate abierto entre tres mil hombres del Tercer Ejército otomano y dos mil armenios armados con rifles y pistolas antiguas que lograron resistir hasta que las tropas rusas del General Yudenitch acudieron al rescate.

Como respuesta, cuatro días después, el 24 de abril de 1915, en la jornada conocida como “El domingo rojo”, más de 200 intelectuales armenios residentes en los límites del Imperio otomano fueron arrestados y conducidos a dos centros de confinamiento a las afueras de Ankara por orden del ministro del Interior, Mehmed Talaat. Allí fueron asesinados. La excusa oficial fue la de “evitar un levantamiento armenio en Constantinopla”. En mayo, el mismo Talaat consiguió la aprobación de una Ley de Deportación por la que la población cristiana armenia fue expulsada de sus hogares y sus bienes, expropiados.

Entonces ocurrió algo que pudo haber cambiado la historia del genocidio armenio. Los fracasos rusos en el frente de Polonia obligaron a Moscú a desplazar cuatro divisiones desde el frente del Cáucaso. Era la oportunidad otomana de vengar la ofensa de Van y sacudirse la amenaza que las fuerzas rusas representaban para la retaguardia turca en el Alto Éufrates. La excitación de las victorias, los latidos nacionalistas y el frenesí religioso actuaron como el dinamizador de la gran ofensiva que el Estado Mayor turco preparó para principios del verano de 1915. Los turcos cedieron el mando de doce divisiones al general Abdul Kerim Pachá, quien atacó con todo a las tropas rusas en la batalla de Melazguert. Los rusos, que en aquellos años coleccionaban retiradas estratégicas, se fueron al norte para reorganizarse. A finales de agosto, los otomanos habían estabilizado el frente. Con toda Armenia bajo poder otomano, el pánico se apoderó de Georgia. Sin embargo, el salvador de Van, el general Yudenitch, reunió las pocas fuerzas que le quedaban y con la ayuda de miles de voluntarios armenios se lanzó el 5 de agosto en Karakilis contra el flanco de las tropas turcas. La desbandada turca fue como la italiana en Guadalajara, por poner un ejemplo.

Hasta ese día, hasta el 5 de agosto , ciento de miles de armenios fueron conducidos, en las llamadas “marchas de la muerte” a través del desierto hasta campos de concentración en Siria. Se estima que apenas llegó la mitad. Los propios alemanes, los agentes de la Deutschtum, documentaron en comunicaciones oficiales “el horror”, “la bestialidad” y “la crueldad” con la que los otomanos mataban a los cristianos, “culpables” de tantas de sus derrotas.

Pero todo empeoró en septiembre, cuando un telegrama enviado por Talaat (pero negado siempre por las autoridades y los historiadores turcos), ordenaba: “…debe exterminarse a los armenios que habitan en Turquía […] Debe ponerse fin a su existencia, sin consideración con las mujeres, niños y ancianos, por trágicos que puedan ser los medios de exterminio y sin escuchar los llamados de la conciencia”.

Las órdenes se cumplieron. Hay testimonios que hablan de cómo los mandos otomanos aceptaban que la forma más rápida y segura de acabar con toda una población era juntar a miles de cristianos y prenderles fuego. En cuanto a los huérfanos, los propios alemanes y algunas fuentes italianas señalan que eran arrojados vivos a las aguas del Mar Negro. Gas tóxico e incluso la inoculación de sangre infectada fueron otros métodos que seguían las instrucciones de Talaat: “por trágicos que puedan ser los medios de exterminio”.

Los otomanos construyeron cerca de treinta campos de concentración en la frontera con Irán y Siria, campos que jamás han sido investigados. Alrededor de dos millones de armenios fueron deportados en aquel tiempo, y se cree que más de un millón encontraron la muerte.

¿Y cómo es que no ha oído hablar usted de este genocidio, el primer gran genocidio de la época moderna. No se extrañe. No sólo Turquía, aliado geoestratégico clave de las potencias occidentales desde el fin del Imperio otomano, ha negado siempre que fuera “un genocidio”, y lo ha reducido todo a una “deportación por motivos de seguridad nacional tras las continuas insurrecciones de la población armenia”. A estas alturas, apenas una veintena de países reconocen de manera oficial el genocidio armenio y España, bien sea por la tradicional amistad con los pueblos musulmanes, bien porque el Gobierno turco es el otro gran actor de la “Alianza de Civilizaciones”, no quiere reconocer esa larga acción de exterminio de un pueblo.

Id y matad sin piedad
Uno de los principales testidos del genocidio fue el vicecónsul alemán en Erzerum, Max Scheubner-Richter, quien más tarde se convertiría en la mano derecha de Adolf Hitler en la creación del Partido Nazi. Scheubner-Richter murió de un balazo en el conocido Putsch de Münich, en aquella intentona golpista de 1923. El afecto de Hitler por Scheubner-Richter se concreta en que cuando este recibió el disparo, se apoyó en el hombro de su amigo y le arrastró al suelo en su caída. No es extraño, no puede serlo, que cuando en 1939, el ya Führer mandó a las SS a cumplir con su labor de exterminio en Polonia, recordara las lecciones de Scheubner-Richter y aleccionara a los generales al grito de “¡Id, id y matad sin piedad! ¿Quién recuerda hoy el exterminio de los armenios?”. La pregunta, aunque la formulara Hitler, es buena.

*Periodista de Alba
Corresponsal: Arthur Ghukasian

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